Expediente Toplitz: camino del IV Reich

La nueva novela de Eric Frattini, El oro de Mefisto, vuelve a sacar a la palestra un tema polémico y apasionante a partes iguales, e incide sobre cuestiones que llevan 65 años sobrevolando amenazantes las mentes de los más instruidos historiadores. ¿Pudo Adolf Hitler sobrevivir al búnker? Y de ser así… ¿son ciertas las hipótesis que sitúan al dictador en algún lugar de la Pampa Argentina? ¿Qué ocurrió con el oro saqueado durante años por las tropas del Tercer Reich? En las líneas sucesivas descenderemos al subsuelo de la historia para encontrarnos cara a cara con la verdad acerca del hombre que marcó el destino de toda Europa. Bienvenidos al búnker…

Los intensos ruidos de los bombarderos habían comenzado a cesar en los últimos días, si bien de vez en cuando los gruesos muros del búnker aún se estremecían por efecto de algún que otro eco sospechosamente cercano. Ahora las horas pasaban lentas, entremezcladas con los sonidos del fuego de artillería que el Ejército Rojo descargaba sin descanso en su continuo e inclemente asalto final al seno del Reich. Las tropas de Zhukov y Koniev habían emprendido su implacable avance a sangre y fuego por las calles de Berlín, penetrando en la ciudad como un cuchillo caliente sobre un bloque de mantequilla, abrasando con sus lanzallamas a pie de calle a los cientos de fanáticos que preferían la muerte antes que la rendición. Los cadáveres de los ancianos, niños, funcionarios, policías y escoltas de las SS que formaban la débil resistencia de la capital cubrían avenidas, aceras y portales, tejiendo un macabro tapiz mortuorio que marca el camino de los poderosos carros aliados.

Menos de medio kilómetro por delante de las líneas soviéticas se encuentra su objetivo final. Oculto a una profundidad de quince metros, el hombre que había regido la suerte y destino de media Europa durante los últimos doce años saborea en silencio un plato de pasta con salsa acompañado de sus dos secretarias, Traudl Junge y Gerda Christian, y su cocinera, Fräulein Manzialy.

Es un 30 de abril de 1945. La completa derrota del imperio del Nacionalsocialismo es cuestión de horas. La figura de un Führer que en su día se elevó temible y poderosa sobre los pueblos y ciudades del viejo continente se arrastra ahora con paso fatigoso por las húmedas estancias del búnker que durante los últimos tres meses y medio se ha convertido en su desesperado bote salvavidas. Durante este tiempo, el subsuelo de Berlín ha sido su centro de operaciones, vociferando inverosímiles estrategias con el fin de contener desesperadamente las feroces envestidas de las tropas aliadas. Largos días y noches de planteamientos que poco a poco fueron convirtiéndose en los delirios de un hombre incapaz de asumir que la derrota era ya inevitable. Fuera de sí, ordena a Steiner que penetre desde el norte, a Schoerner que sorprenda a las filas soviéticas por el Sur, a Wenk que avance por el oeste dando media vuelta desde el Elba con su ejército número 12, a Busse que rompa el cerco desde el Este… Pero es demasiado tarde. La mayoría de estas tropas ya no existe o se ha visto reducida a unas pocas decenas de efectivos dispersos.

Contrariamente a esta situación, en el frente soviético, las bajas, aunque numerosas, no constituyen un problema a tener en cuenta. Según estimaciones alemanas, desde que diese comienzo la ofensiva del Oder, el 16 de abril de 1945, hasta el día 22 del mismo mes, cuando las tropas de Zhukov y Koniev enlazaron al oeste de Berlín, su balance de pérdidas rondaba los 100.000 hombres, 1.500 tanques y aproximadamente un millar de aviones. Sin embargo, y a pesar de lo alarmante de estas cifras, llegado este momento la superioridad del Ejército Rojo es tal que supera a los nazis 3 a 1 en hombres, 5 a 1 en tanques, 7 a 1 en artillería y 20 a 1 en fuerza aérea. Además, mientras que el bombardeo de refinerías y estaciones petrolíferas ha ocasionado una grave escasez de carburante en las filas alemanas que ha inutilizado gran parte de la Luftwaffe, los soviéticos cuentan con grandes reservas armamentísticas y de combustible.

Macabro panorama, sin duda, que propicia toda clase de reacciones entre los más cercanos a Hitler. Unos le suplican que huya, que abandone la ciudad y se guarezca en lugar seguro con el fin de reconstruir, una vez terminada la contienda, un imperio en este momento agonizante. Otros, más soberbios, le sugieren que se quede, que permanezca hasta el final en la ciudad y se hunda como los hombres de honor con los restos de su quimera. Pero la decisión está tomada.

Terminada la comida y en completo silencio, el Führer se dirige a sus habitaciones. Tras dar estrictas indicaciones a su ayudante Otto Günsche acerca de la cremación de su cuerpo y del de su esposa, se despide serenamente de sus más allegados. Acto seguido, siempre según las versiones oficiales, se encierra en su despacho privado. Son las 16:00 horas y un solitario disparo retumba bajo las calles de Berlín. Quince minutos más tarde, tal y como marcaban sus instrucciones, Günsche entra en la sala. En un extremo del sofá Hitler yace con un disparo en la sien. Eva Braun se encuentra recostada en el lado opuesto con los ojos abiertos. Su pistola permanece intacta sobre la mesa. No ha llegado a ser disparada, pues el cianuro suministrado por Ludwig Stumpfegger, el médico personal del Führer, ha actuado con suma rapidez.

La leyenda del Führer fugitivo

Como es normal, la historia ha abordado la muerte de Hitler desde muchos y muy diversos puntos de vista. No son pocas las de sobra conocidas teorías que aseguran que el Führer pudo escapar en el último momento de Berlín y refugiarse en algún lugar de Sudamérica donde habría pasado el resto de sus días eludiendo la justicia internacional. Si bien es cierto que tanto los testimonios de su secretaria, Frau Traudl Junge (en el libro Hasta la última hora: la secretaria de Hitler cuenta su vida); como los del historiador y biógrafo Joachim C. Fest; así como la biografía del General Freytag von Loringhoven, quien entre los días 20 y 30 de abril de 1945 residió en el búnker de la Cancillería; coinciden en la versión del suicidio, no son pocos los testigos que afirman haberse topado con extraños submarinos alemanes emergiendo en medio de alguna bahía argentina o con misteriosos personajes de aspecto familiar rodeados de un sospechoso halo de misterio.

Si hacemos caso a estas teorías, deberemos, siempre desde un punto de vista lo más aséptico posible, tratar de atar los cabos necesarios para otorgarlas un mayor o menor nivel de verosimilitud. Es aquí donde salen a nuestro encuentro una serie de escenarios y testimonios cuanto menos interesantes, todos ellos relacionados directa o indirectamente con un macabro plan para salvar los restos del Nacionalsocialismo del avance aliado con el fin de, llegado el momento oportuno, tratar de instaurar un cuarto Reich.

De nuevo nos situamos a finales de abril de 1945. La silueta de una avioneta Fieseler Storch se dibuja levemente entre la bruma que cubre una fría mañana primaveral en algún lugar no muy lejos de Berlín. Minutos más tarde, con el aparato ya en tierra, dos figuras sorprendentemente reconocibles descienden cautelosas por la pequeña escalerilla metálica. Al pie de la misma, el capitán Peter Baumgart, de la Luftwaffe alemana, saluda con el brazo derecho en alto a uno de los individuos quien, visiblemente tembloroso, le devuelve el gesto casi de manera fugaz. La maquinaria está en marcha. Nada puede fallar. El Führer y su esposa han emprendido una huída secreta a través de medio mundo y es vital que todas las piezas del monumental engranaje funcionen a la perfección.

Desde aquí la secreta comitiva pondrá rumbo a Dinamarca, y una vez allí, con la ayuda de Odessa, la organización secreta creada por antiguos miembros de las SS para ayudar a los principales líderes nazis en sus fugas, se dirige al puerto noruego de Kristiandsand. Según la hipótesis más conspiranoica, en este punto le está esperando un submarino cuya ruta a partir del 4 de mayo de 1945 es un hecho históricamente contrastable, el U-977.

Oficialmente, el 13 de abril, el U-977 zarpa del puerto de Kiel, a orillas del Báltico, rumbo a Noruega. El 2 de mayo parte del anteriormente mencionado puerto de Kristiandsand, ignorando dos días más tarde la orden de rendición por parte del gobierno alemán que ponía fin a la guerra. A partir de este momento, la nave pone rumbo oeste recalando en Alemania, España y, finalmente, Argentina. Se cree, de este modo, que el viaje pudo ser aprovechado por Adolf Hitler y su esposa para trasladarse a Sudamérica y allí perderse para siempre en el continente junto con otros antiguos líderes del partido nazi como Martin Bormann, Heinrich Müller o Edward Roschmann.

De hecho, cuando en 1999, el gobierno de Estados Unidos desclasifica los expedientes de Bormann, se descubre que el FBI había seguido su pista y la de Adolf Hitler por Argentina hasta 1971. Pese a que el hallazgo del cadáver del primero no tiene lugar hasta 1972 en las proximidades del río Spree, en Berlín, se cree que su cuerpo pudo ser repatriado en 1970 y enterrado en el lugar en el que oficialmente debía haber muerto el 1 de mayo de 1945. Al hilo de esto, hay que mencionar que, cuando en 1988 se realizan las pruebas de ADN sobre el supuesto cráneo de Bormann y se confirma su autenticidad, se observa al mismo tiempo que está cubierto por una extraña tierra de color rojizo. En las actas posteriores redactadas por el perito alemán que lleva a cabo los análisis se puede leer que, en desde su punto de vista, este tipo de tierra, que no existe en Europa, procede en realidad de algún lugar cercano a Paraguay.

El tesoro de Toplitz

Acertadas o no, estas hipótesis no dejan de entrelazarse unas con otras dando lugar a una especie de historia paralela tan polémica para unos como atractiva para otros. En cualquier caso, lo que sí es cierto es que, bien por mediación de Odessa, bien por el llamado “Pasillo Vaticano”, o por alguna de las diversas asociaciones de ayuda a nazis fugados cuya existencia está más que documentada, muchos miembros del partido nacionalsocialista se dieron a la fuga una vez finalizada la contienda y algunos, aún hoy, residen como ciudadanos corrientes en diversos lugares del mundo.

Pero, si aceptamos sin reservas la versión oficial, ¿qué pasó entonces con la inmensa cantidad de oro y riquezas que durante más de una década los nazis saquearon por toda Europa? ¿Qué hay de cierto en la leyenda que sitúa su gran tesoro sumergido a cientos de metros de profundidad en una fría laguna transalpina? No es de extrañar que en este caso, una vez más, la historia nos tenga reservada alguna que otra sorpresa…

En los Alpes austríacos, a 90 kilómetros de Salzburgo, se encuentra un lugar bautizado por los cazatesoros como el “basurero del diablo”. No sin razón. El lago Toplitz, enclave al que nos referimos, fue utilizado por los nazis en múltiples ocasiones como improvisado basurero secreto aprovechando sus gélidas aguas, prácticamente incompatibles con la vida, y sus más de 110 metros de profundidad. Testimonios recogidos hasta la fecha, así lo verifican. Es el caso del de Ida Weisenbacher, una granjera austriaca que en una fría noche de abril de 1945, con sólo 21 años, recibió una inesperada visita en su propio domicilio. Tal y como ella misma ha manifestado:

“Eran aproximadamente las cinco de la mañana, aún estábamos en la cama, cuando un fuerte golpe en la puerta hizo que me desvaneciera de mi placido sueño. Me levanté inmediatamente y tras abrir la puerta se me heló la sangre. Al otro lado un grupo de oficiales alemanes me apremiaba para que preparara los carros y caballos que a buen seguro habían visto antes en los establos”.

“Un hombre, al que reconocí con el rango de comandante, me ordenó que traspasáramos unas pesadas cajas de madera, señaladas y numeradas con pintura negra, desde los camiones a los carros y que las lleváramos tan rápido como fuera posible al lago Toplitzsee. Creo haber realizado tres viajes de cargamento hasta el lago y cuando llegaba con la última carga vi algo que me dejó desconcertada. Los soldados arrojaban a las profundidades del lago todas y cada una de las cajas que con tanto esfuerzo habíamos llevado hasta allí. El comandante de las SS inmediatamente me alejó del lugar, pero pude ver cómo las cajas se hundían en el agua produciendo una oleada de espuma y burbujas”.

El contenido de estas cajas, aún a día de hoy sigue siendo un misterio. Sin embargo, investigaciones recientes certifican el hecho de que los nazis pudieron acudir en más de una ocasión hasta este enclave a fin de hacer desaparecer algunos objetos de valor en la época. El testimonio de Adolf Burger, recogido por la CBS en el año 2000, pone de manifiesto que en abril de 1945, los alemanes vertieron una serie de “paquetes” al lago con motivo de la conocida como “Operación Krüger”.

El fin de esta operación era sencillo: poner en circulación ingentes cantidades de dinero falsificado de las principales potencias aliadas con el fin de provocar una inflación que minase sus economías y, de paso, costease las ayudas para la guerra. Para ello, bajo la dirección de Heinrich Himmler, se mandó agrupar a los mejores grabadores, encuadernadores y copiadores judíos que se encontraban retenidos en los campos de concentración; y conducirlos a Berlín. Uno de estos maestros copiadores era, precisamente, Adolf Burger, cuyo relato subraya la autenticidad de este plan secreto:

“A principios de 1945 las copias de moneda Británica y Estadounidense se habían perfeccionado tanto que ya estábamos preparados para comenzar a imprimir los primeros millones diarios. Sin embargo, el 25 de febrero de 1945 llego una orden de la Oficina Central de Seguridad del tercer Reich que nos obligaba a desmantelar toda la maquinaria y a empaquetar los billetes falsificados. Al parecer los rusos estaban a 300km de Berlín”.

En efecto, el avance de los aliados había cercado la región y, por orden de Himmler, la instalación fue demolida. Las prensas, troqueles y planchas fueron arrojados a las profundidades del lago Toplitz, los archivos y el papel sobrante fueron destruidos y el dinero embalado fue cargado en unos camiones con paradero desconocido. Posteriormente, un espía alemán fue interceptado en Edimburgo con una gran cantidad de estos billetes falsificados. Tras su confesión, el Banco de Inglaterra puso en circulación una nueva tirada de divisas de renovado diseño a fin de frenar el descalabro que habría supuesto para su hacienda la puesta en funcionamiento del plan de Hitler.

Es posible que enlazar los testimonios aquí expuestos sea un tanto aventurado, si bien, de tratarse de una casualidad, es innegable que las coincidencias son sorprendentes. En cualquier caso, muchas investigaciones fallidas en el lugar y algún que otro buceador muerto en la búsqueda de las extrañas cajas, alimentan la ya de por sí controvertida y romántica leyenda del tesoro sumergido.

La Historia de la humanidad está llena de ejemplos como los que hemos visto en las líneas anteriores. No ya en lo referente a los vergonzosos episodios ocurridos en Europa durante la primera mitad del siglo XX, sino más bien en lo tocante a la infinita proliferación de verdades incontrastables que, en muchos casos, más que esclarecer los acontecimientos, sirven para todo lo contrario. Es, quizá, el gran Everest de los historiadores. Esperemos que el camino, aunque lento e incierto, les permita algún día llegar a pisar la cumbre.

“Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió.”

Enrique Jardiel Poncela


David Martín

Director de La Novena Esfera



Prácticamente desde que los astronautas estuvieron de regreso en la Tierra, ya hubo quienes pusieron en duda la veracidad de aquella misión y de las imágenes que se habían emitido...

Cuna de saber y liberación para unos, secta secreta y conspiradora para otros. Muchas son las leyendas que se han vertido sobre ellos pero, ¿a qué se dedican realmente? ¿Qué es en realidad la Masonería?...